San Manuel y San Benito

En el corazón de Madrid se alza la iglesia parroquial de San Manuel y San Benito. Es un templo visitado para buscar momentos de recogimiento y oración, tanto por sus parroquianos como por innumerables visitantes a su paso por la capital de España.

Te damos la bienvenida a este lugar al cual has llegado casualmente en tu visita a Madrid o atraído por su extraordinaria originalidad arquitectónica, ya que es el único edificio de nuestro país erigido íntegramente en estilo neobizantino.

“Buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”

(San Mateo 6, 33)

Antes de acceder al templo, te contaremos un poco de su corta, pero intensa historia. El templo de San Manuel y San Benito fue realizado gracias a la profunda fe y gran devoción de sus donantes, Don Manuel Caviggioli y su esposa Doña Benita Maurici. Fue un matrimonio de origen humilde que forjó una gran fortuna durante su vida. La iglesia tomó sus respectivas advocaciones de los nombres del matrimonio donante.

La historia de este centenario templo madrileño se remonta a comienzos del siglo pasado. En aquel momento, Doña Benita, ya viuda, se compromete con los Padres Agustinos de la Provincia de Filipinas a edificar una iglesia que acogería el panteón para su marido y para ella. Además, construiría un convento para la Orden agustiniana y una escuela dedicada a la instrucción gratuita de jóvenes obreros y a favorecer su promoción cultural y social. Al frente del proyecto se encontraría la “Fundación Caviggioli”.

La primera piedra de la inicialmente llamada Iglesia del Salvador fue colocada el 4 de mayo de 1903. Fernando Arbós y Tremanti, uno de los más relevantes arquitectos de la época, fue el elegido para dicho proyecto. Las obras concluyeron en 1910 y fue consagrado el templo el 31 de diciembre de dicho año por el agustino Fray Francisco Javier Valdés, obispo de Salamanca. La inauguración oficial tuvo lugar el primer día de 1911, festividad de San Manuel.

“Tal es la gracia que gratuitamente se da, no por méritos del que obra, sino por la misericordia del que la otorga”

(San Agustín. Carta 140, 19, 48)

En 1936, 25 años después, la Guerra Civil irrumpió también en este bendito lugar. Los padres agustinos fueron expulsados y cinco religiosos de la comunidad fueron asesinados. La iglesia fue cerrada al culto para ser transformada en almacén; la sacristía y locales anejos se destinaron a economato; mientras que el convento se convirtió en sede del Comité Ejecutivo del Partido Comunista y residencia de milicianos afines. Terminada la contienda, la comunidad agustina regresó a la que fue su casa, rehabilitando el edificio. La mayor parte del mobiliario del templo había desaparecido, mientras que los objetos de culto y ornamentos litúrgicos habían sido expoliados. Del mismo modo, tristemente la actividad docente nunca se reanudó.

En 1965, atendiendo la solicitud de la Archidiócesis de Madrid, la iglesia se convirtió en parroquia, continuando con la línea fundacional de acompañamiento espiritual, atención y acogida a los más necesitados. Acoge no solo a sus feligreses, sino también a numerosos madrileños que acuden a diario a proclamar y cultivar su fe, vivir la Eucaristía, celebrar su matrimonio y otros sacramentos.

Desde su fundación hasta el día de hoy, este templo sigue siendo referente espiritual de los madrileños, sustento de su fe y la sublimación de sus dichas y tristezas.

Después de estas pinceladas históricas, es el momento de acceder al templo y profundizar en este lugar rebosante de belleza y espiritualidad.

Mientras que su arquitectura exterior destaca por la majestuosidad que le otorgan tanto el llamativo mármol blanco en que está realizada, como su imponente cúpula cobriza; el interior del templo es solemne y espacioso. Tiene una curiosa disposición, combinación de planta central y cruz latina, y conforma una original planta octogonal como corresponde a un edificio funerario, ya que el número ocho se asocia al infinito y por tanto a la inmortalidad.

Avanza por el pasillo central hacia la cabecera del templo y descubre su llamativo interior. Si lo estimas oportuno, acércate a las capillas para contemplarlas en detalle. A tu espalda, en el coro se encuentra un magnífico órgano de la casa alemana Walcker de 1910 y restaurado en 1977.

A ambos lados, se hallan dos capillas. A la derecha se encuentra la capilla funeraria de Don Manuel Caviggioli y su esposa, Doña Benita Maurici. El conjunto, realizado íntegramente en mármol de Carrara, está presidido por San Benito, fundador de la Orden benedictina y patrono de Europa. Sobre él, se eleva una estilizada columna que sustenta un ángel, cuya efigie destaca sobre un fino mosaico estrellado. A los lados del altar están ubicados los sepulcros del matrimonio donante.

En el lado opuesto, con planta pentagonal, vemos la capilla de Santa Rita. La imagen de la santa agustina preside el conjunto. Flanqueando el altar, la talla de Nuestra Señora de la Consolación ocupa el nicho derecho, mientras que en el izquierdo advertimos a la Virgen del Camino. Está concebida como una Piedad; María sujeta entre sus brazos el cuerpo muerto de su hijo. En esta capilla se entronizó el 25 de octubre de 2000 la imagen de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina. Aquí tienen su lugar los innumerables fieles argentinos en Madrid para venerar a su Madre y patrona. Del mismo modo, desde octubre del año 2007 se pueden venerar en esta capilla las reliquias de los Beatos Mártires Agustinos españoles del siglo XX.

“Por tanto, si somos hijos de Dios, el Espíritu de Dios nos guía y el Espíritu de Dios actúa en nosotros”

(San Agustín S. 335 J, 4)

Como has podido advertir, en los muros del templo se encuentran unos sencillos relieves en forma de cruz correspondientes a las catorce estaciones del VÍA CRUCIS. En este camino acompañamos a Jesús en su Pasión y Muerte, pero no podemos olvidar que dicho acompañamiento no termina en el sepulcro. La cruz no es una derrota, sino la antesala del triunfo definitivo sobre la muerte que llegará con la resurrección. VIA LUCIS

Llegamos a la cabecera del templo. Seguramente desde tu entrada a este recinto sacro, tu atención se ha dirigido a la grandiosa cúpula desplegada sobre el cuerpo central del edificio. Esta cúpula está sustentada sobre llamativas pechinas en las que se encuentran representados los tetramorfos, símbolo de los cuatro evangelistas: el águila de San Juan, el ángel de San Mateo, el toro de San Lucas y el león de San Marcos. En su base se abren dieciséis ventanales apuntados por donde penetra la luz permitiendo apreciar en todo su esplendor estos magníficos mosaicos. En la cúpula están representados dieciséis santos y beatos relacionados con San Agustín y la Orden agustiniana, todos sobre un fondo dorado, creando el efecto de ocupar una hornacina. Comenzando con San Agustín y su madre Santa Mónica en el vértice del arco ojival del altar mayor, continúan las figuras de San Ambrosio, San Gelasio Papa, Santa Clara de Montefalco, San Fulgencio, San Alonso de Orozco, Santa Máxima, San Simpliciano, San Juan de Sahagún, Santo Tomás de Villanueva, San Guelmus, San Posidio, Santa Rita de Casia, San Alipio y San Nicolas de Tolentino, primer santo de la Orden agustiniana. Culmina la cúpula con un resplandeciente sol en cuyo centro se eleva la linterna, mientras que, en el tambor de tan impresionante obra, se puede distinguir inscrito un versículo del Salmo 86:

“Omnes gentes quascumque fecisti venient et adorabunt coram te, Domine, et glorificabunt nomen tuum. Quoniam magnus es tu faciens mirabilia. Tu es Deus solus”.

“Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre. Grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el único Dios”.

Llegamos a la cabecera del templo. A la derecha se encuentra el púlpito cuyo tornavoz está coronado por el «Águila de Hipona» con las alas desplegadas, en clara alusión a San Agustín, maestro de oratoria sagrada. El ábside es de planta semicircular y, como es habitual en los templos cristianos, está orientado hacia el este. De oriente surge el sol, que es símbolo de Cristo, verdadero Sol que nos ilumina y nos da vida.

En la bóveda, cubierta con esplendidos mosaicos, contemplamos un Pantocrator. La figura sedente de Cristo, Señor del universo, bendice con su diestra y sostiene la bola del mundo en la mano izquierda. Está acompañada de los doce apóstoles. Los discípulos están identificados por su iconografía tradicional y separados por palmeras triunfales de frondosas hojas. A la derecha del Señor y con un tamaño sensiblemente menor se encuentra San Pedro, primer Papa, con las llaves del cielo en su mano. Le siguen Santiago el Mayor, San FelipeSan Bartolomé, San Simón y Santiago el menor. A la izquierda de Cristo está San Juan, el discípulo amado, San Andrés, Santo Tomás, San Judas Tadeo, San Mateo y por último, San Pablo, en lugar de San Matías, que fue el que sustituyó a Judas Iscariote.

Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, Yo hago nuevas todas las cosas».

(Apocalipsis 21, 5)

Este impresionante mosaico de estilo veneciano acoge el altar mayor erigido en refinado mármol blanco de Macael e incrustaciones de diversas tonalidades cromáticas. La imagen de Cristo Salvador preside el conjunto. A ambos lados y sobre columnas, las tallas de San Agustín y San José. En la parte inferior de este conjunto escultórico está ubicado el tabernáculo donde parece pasar desapercibido el mayor tesoro que podemos encontrar en el templo, la Presencia Eucarística del Señor. Cristo vivo nos ha salvado y redimido gratuitamente, nos ha regalado la vida eterna y está siempre a nuestro lado.

No nos queda mucho más que contarte. Esperamos que tu visita haya sido grata. Antes de abandonar el templo para seguir tu camino, te invitamos a tener un rato de recogimiento y oración frente a la presencia real del Señor en el sagrario.

Ponemos a tu disposición algunas oraciones que quizás te ayuden en estos momentos de interiorización. Del mismo modo, gracias a los diversos enlaces del texto, puedes profundizar en la vida de los santos.

“Porque Dios no envió a su hijo a juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”

(San Juan 3, 17)

VOLVER A TI

Ahora comprendo la necesidad de volver a ti; ábreme la puerta, porque estoy llamando; enséñame el camino para llegar hasta ti. Solo tengo voluntad. Sé que lo caduco y transitorio debe despreciarse para ir en pos de lo seguro y eterno. Esto hago, Padre, porque esto sólo sé y todavía no conozco el camino que lleva hasta ti. Enséñamelo tú, muéstramelo tú, dame tú la fuerza para el viaje. Si con la fe llegan a ti los que te buscan, no me niegues la fe; si llega con la virtud, dame la virtud; si llega con la ciencia, dame la ciencia. Aumenta en mí la fe, aumenta la esperanza, aumenta la caridad. ¡Oh, cuán admirable y singular es tu bondad!

A TI

Ahora te amo a ti solo, a ti solo sigo y busco, a ti solo estoy dispuesto a servir, porque tú solo justamente eres mi dueño; quiero pertenecer a tu jurisdicción.

Manda y ordena, te ruego, lo que quieras; pero sana mis oídos para oír tu voz; sana y abre mis ojos para ver tus signos; destierra de mí toda ignorancia para que te reconozca a ti. Dime adónde debo dirigir la mirada para verte a ti, y espero hacer todo lo que mandes.

Recibe, te pido, a tu fugitivo, Señor, clementísimo Padre.

ESCÚCHAME

Dios, Padre nuestro, que nos exhortas a la oración y concedes lo que se te pide, pues rogándote vivimos mejor y somos mejores:

Escúchame, porque voy tanteando en estas tinieblas; dame tu diestra, socórreme con tu luz y líbrame de los errores; que con tu dirección entre dentro de mí para subir a Ti.

Así sea.

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